Por Maricela Kauffmann



Los Güevos del León I

I
La explosión rompió el silencio, iluminó la ética y la historia de la humanidad.

La atmósfera silente está cubierta por las cenizas que deja detrás de sí la violencia.

La atmósfera es cada vez más tempestuosa y densa.

La violencia entró de nuevo en la historia dejando por fuera algunas de sus partes constitutivas. El tiempo transcurre mientras la historia se registra y se documenta dejando siempre hechos relevantes por fuera. La historia de la humanidad se ha construido con menciones/nombramientos/pronunciamientos y silencios, sean estos heroicos o vergonzosos.

El antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot en su libro “Power and the production of History” (1995) sostiene que el silencio es “un proceso activo y transitivo: se silencia un hecho o a un individuo” y advierte que “uno se involucra en la práctica de silenciar” que emana desde el poder. Nombramientos/menciones/pronunciamientos y silencios son contrapartes dialécticas de la síntesis que para él es la historia.

Siguiendo las lecciones de Trouillot: —Debemos desentrañar silencios en la alquimia de la memoria para entender por qué el cuerpo de bomberos de New York hurga partículas corporales y esperanzas entre las ruinas y cenizas en el espacio “0” de Manhattan.

—Tenemos que posicionarnos en el presente con praxis y narrativas claras para que la paz que anhelamos no sea una quimera.

—Debemos condenar el acto de violencia del 11 de septiembre de 2001 y reflexionar sobre los antecedentes y el continuismo de terror que han significado por siglos la esclavitud, el colonialismo, el neocolonialismo, el racismo, el holocausto, la discriminación y la incongruencia moral de los actos subsecuentes.


Los Güevos del León II

III
La huella de los sucesos (papeles, polvo, cenizas) quedó impresa sobre materiales no convencionales en los trabajos que desde el Informalismo realizó Rodrigo González. Son materiales estéticamente expresivos, sacos de yute que un día transportaron café de la montaña a la metrópoli, periódicos y revistas que un día anunciaron el sube y baja de la “Bolsa”.

En “Los güevos del león I y II” (2001; 100 x 140 cm.) el artista observa los claroscuros de esas existencias históricas concretas reducidas a polvo el 11 de septiembre del 2001. Experimenta sobre la textura áspera y cálida del yute para entender el violento atropello a la paz mundial. En este caso, el género humano es un actor omnipresente en las obras, su ausencia física y su corporalidad se hacen sentir en el polvo denso de la atmósfera que cubre las ruinas representadas. En “Los güevos del león I” Rodrigo recurre al collage. Valores de cambio, papel moneda, una nube de papeles impulsados por un soplo de magia, se esparcen sobre la superficie pictórica. Flotan en el aire, surgen de la materia espesa entre luces y sombras.

En “Los güevos del león II” la mano del artista esparce la materia sobre el soporte inerte para expresar su dolor por la humanidad omnipresente que se evanece con la nube de humo sobre los edificios.


IV
La perversidad trascendió sus límites. También en los días aciagos de septiembre, en la Conferencia Mundial contra el Racismo convocada por la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos no se pudo aprobar un documento final. Todo quedó en borrador. Mientras se derrumbaban las Torres y el Pentágono, los representantes de los países “civilizados” reunidos en Durban, África del Sur, la cuna del “Apartheid”, se negaron a reconocer y aceptar el terror secular de su comercio esclavista.

Me estremezco. Las cabezas de la hidra del terrorismo no son de ahora. El poder se olvida de sus engendros. Nos queda la locución virtuosa: ¡Memento, homo, quia pulvis est et in pulverem reverteris! ¡ACUÉRDATE, HOMBRE, QUE ERES POLVO Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS!



Maricela Kauffmann
Historiadora de Arte
Managua, Septiembre 2001

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